Esta película de animación narra la desgarradora historia de dos hermanos (Seita de 14 año

s y Setsuko de 5 años), hermano mayor y su hermanita pequeña, que viven las penurias del fin de la participación de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Como otras producciones del E
studio Ghibli, esta
basada en una novela de Akiyuki Nosaka, que nació en 1930 y vivió en sus propias carnes esta historia. Es un relato veraz y autobiografico de un niño y su hermana a las puertas de estos devenires históricos. La película es innovadora en muchos sentidos, destacando entre todos ellos la valentía con que se relata la historia de esta Guerra, amparándose en la ignorancia de los ojos de un niño, cuenta grandes verdades que la historia parece querer se sigan ocultas.
Uno, cuando piensa en el papel japonés en la
Segunda Guerra Mundial, con la base de estudios que hemos recibido, tendemos a asociarlos con seres malvados que recibieron su merecido con las
bombas de Hiroshima y Nagasaki. Empero no acabamos de pronunciar esta frase cuando reconocemos el gran error de ese ataque contra la humanidad, y por la inmediatez del mismo tendemos a pesar que fué una decisión rápida y poco meditada. De esta manera, digamos, que todos salen disculpados. Sin embargo en esta película se nos habla de un hecho que sobrepasa el sensacionalismo mediático de las bombas atómicas, y que niega todo argumento de negligencia e irresponsabilidad bélica por el Bando Aliado en pos de una sangre fría y una crueldad sin medida. Me estoy refiriendo a los ataques con bombas incendiarias. Los Aliados sabían que las ciudades de Japón estaban construidas en un 80% por casas o estructuras de madera, por ello era preferible utilizar bombas incendiarias a explosivos. Puede que los segundos causaran mayor impacto psicológico y terror, pero un incendio a gran escala en una ciudad como
Tokyo (o
Kobe como es el caso de esta historia) provocaría un infierno en la tierra del que pocos se salvarían y del que se sabía que las mayores víctima serían civiles. Resulta irónica la critica historicista de Estados Unidos al famoso ataque japonés a Pearl Harbour, cuando en su mayoría era una base militar, y sin embargo el olvido que rodea a las bombas incendiarias lanzadas casi a diario por Los Aliados.
Efectivamente este va a ser el desencadenante de un camino hacia el infierno que e
mpezarán a recorrer ambos hermanos. En su camino de miserias se encontrarán con lo peor del ser humano, que antepone sus necesidades o las de su familia a la de los otros, se toparán con la decepción causada por la pérdida de la guerra, una nación deprimida y al borde del suicidio colectivo. Las enfermedades, los delitos, la picaresca y por fin la hambruna. El no poder llevarse nada a la boca cerrará el ciclo de este descenso al infierno que provoca la guerra. La película es la lucha imposible de un niño que juega a hacer el papel de padre, madre y hermano mayor, cuando aún todavía es un niño con todo lo que ello conlleva.
El costumbrismo con el que se narra todo hace llevadera la película, entretenida, y hasta entrañable, pero ese mismo costumbrismo es el que hace que todo nos sea extremadamente cercano, y por tanto desgarrador hasta un punto altamente lacrimal. Una lata de caramelos es el objeto conductor de la historia, comienza y termina el ciclo de la vida de ambos hermanos, en lo que vemos la maestría del director, utilizando algo cotidiano y cercano a todos nosotros, para poder narrar la historia con mayor proximidad y complicidad.
La Tumba de las luciérnagas es una película capital, no sólo en la animación japonesa, sino en el cine bélico de la Segunda Guerra Mundial, ya que en pocas películas podemos ver las masacres y destrozos del Bando Aliado, en contraposición a las Fuerzas del Eje.